sábado, 2 de noviembre de 2013

LA MIRADA DEL AMOR


Ella sólo amaba su envoltura, porque con eso ya tenía bastante, todo lo que él era por dentro vivía en el interior de ella por siempre, pero era la vida de otro, el amor de otro, sólo su envoltura para tenerlo de nuevo para volver a estar viva, a sentir lo de siempre, lo de antes, lo que la hacía gozar y sentir tenía otra alma, otro sentimiento, otra pasión, otro espíritu, quería su envoltura para reconocerlo, para revivirlo, para reinventarlo, para desaprenderlo, para atrapar aquello que la muerte le había quitado.
Y hete aquí dos hombres con el alma y la sensibilidad que atribuyen a las mujeres, dos hombres sintiendo la magia, la sensibilidad y las lágrimas con el lado derecho del cerebro (el Yin de los chinos, representa la creatividad, la globalidad, la intuición, las percepciones y el arte), dejando que se desborden como si hubieran estado dormidas en el limbo de la contención, de la desesperanza, del ya-no-es-posible. Ellos no muy agraciados, uno entrado en carnes (Robin Williams), el otro (Ed Harris) surcado por unas hermosas arrugas que parecen el sitio de un río de lágrimas. Ella (Annette Bening) parece mejor conservada, tal vez filtrada para atenuar su paso del tiempo por la piel. 

La historia me ha dejado un sabor agridulce, con ese final no feliz, esa forma de acabarla tal como ella decide, porque si no es como ella interpreta el amor, el amor no sirve, no quiere lo nuevo que ellos le ofrecen, ella tiene otra mirada, una mirada vieja aferrada a la nostalgia, así que con su actitud mata de nuevo al amor y continúa malviviendo.

sábado, 26 de octubre de 2013

DEUDAS PENDIENTES


Cuando perdemos a un ser querido nos asaltan las dudas y las deudas que creemos tener pendientes con él. Creemos que no vivimos o sentimos o dijimos aquello que era necesario en ese momento. El sentimiento de culpa viene a visitarnos para hurgar en la herida que está ahora bien abierta y sangrando. Todo lo que nos queda es vivir el duelo, transformarlo y transmutarlo para que se pueda cerrar la herida. Llorar esa pérdida como algo que ya no vuelve, aunque vive en nosotros eternamente.
Pensamos que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros sentimientos pudieron haber sido más puros, más sentidos, pero en realidad todo estaba escrito y nosotros no sabíamos, por ignorancia, que aquello hería o marcaba o no era lo perfecto que nuestro corazón anhelaba.
Mis muertos me han enseñado a vivir mejor con los vivos, a intentar ser mejor con los que convivo, pero no puedo evitar tener ese sentimiento de frustración pensando que podría haberlo hecho mejor.
El no haberme podido comunicar mejor en esta vida hace que yo trate de comunicarme con la otra  ( donde yo creo que están) por medio de la oración, pensando en ellos/as como seres que me acompañan y me protegen.
A veces veo películas donde se reflejan las vivencias de otras gentes con sus hermanos y me parece que la mía con mi hermano ha sido muy pobre, como si yo no le hubiera prestado suficiente atención, como si yo no hubiera vivido intensamente con él sus sueños, sus fantasías de niño, precisamente porque yo estaba inmersa en las mías.
En ocasiones he pensado que he querido más a mi hermano ahora que está muerto que cuando estaba vivo. El paso del tiempo me ha ayudado a conocerle un poco más, a aprender a no juzgarle, y, claro, ya no me peleo con él. Lo añoro, añoro ese amor filial que me haría sentirme protegida y mimada, pero sé que está encarnado en todos mis amigos masculinos, donde encuentro ese sentimiento del que carezco.
No hay nada que arreglar, no hay nada que cambiar. Sólo desde la mirada de la distancia puedo mejorar lo que ya soy, puedo ver en los ojos de los otros a mi hermano que me mira con todo su amor. Le recuerdo mucho de niño, tal vez en la otra vida está vestido de niño, su alma es de niño, porque mi niña interior está continuamente jugando con él, porque mi niña interior necesita relacionarse con él. No quiero que me perdone nada, no tengo nada para perdonar, porque soy consciente de mi inconsciencia, de que eso era lo que teníamos que vivir, pero lo difícil es saber eso cuando la herida del duelo está sumamente abierta.
Cuando nació mi hija me agarré a la "fantasía" de que ella era la reencarnación de mi hermano, porque hasta que él no murió yo no tuve la necesidad de tener hijos. Y no sé si esto es así o no, pero siento que la relación con ella es muy comunicativa, está llena de matices relacionales y me ayuda a sentirme más cercana, amorosa, amiga, a pesar de que tengo que ponerle reglas de madre. Mi hija me ha ayudado a reconciliarme con el pesar que siento por no haberme comunicado más con mi hermano.
Mi hija, mis amigos/as, las personas con las que me relaciono a diario: ¿Y si el alma de mi hermano estuviera en todas esas personas? ¿No tengo por ello una oportunidad diaria para abandonar el pesar que supone su pérdida?

(Reflexiones de hace algunos años, tras la muerte de mi hermano querido)

lunes, 7 de octubre de 2013

EPIDEMIA




"Los nacionalistas suelen decir que los de fuera no entendemos su nacionalismo. Y tienen toda la razón, porque el nacionalismo no se puede entender, o sea, no es una construcción racional a la que se pueda acceder lógicamente, sino un espasmo emocional de origen remoto. Que a principios del siglo XXI haya gente que se siga sintiendo superior y orgullosísima de sí misma por haber nacido casualmente a este lado o al otro de un río, es algo que me deja patidifusa. Además los nacionalismos se han beneficiado de un malentendido: cuando, en el siglo XIX, lucharon contra los imperios multiétnicos como el austro-húngaro, se convirtieron en aliados de los socialistas que se enfrentaban a la tiranía imperial, y eso hizo que se les viera con una aureola de izquierdismo y de progreso, cuando en realidad eran movimientos retrógrados y racistas (lo explica R. Kaplan en su libro Rumbo a Tartaria). Lo lamento, pero, cuanto más lo pienso, más me parecen un impulso primitivo y animal, un residuo de la horda, de la manada; pero los nacionalismos no se piensan sino que se sienten, lo mismo que la fe religiosa. Einstein decía que el nacionalismo es una enfermedad infantil del ser humano. A veces cursa de manera leve, como una gripe; pero otras se convierte en una meningitis que fulmina los cerebros, como sucede, por ejemplo, con los energúmenos que asaltaron la sede de la Generalitat en Madrid hace unos días. Porque lo peor es que es una enfermedad muy contagiosa. Tras los excesos del franquismo, el españolismo estaba en horas bajas. Pero esta erupción de catalanismo está avivando la bicha por doquier. Eso es lo único que me inquieta de la cuestión catalana: su contagio. Por lo demás, si quieren independizarse, que lo hagan: creo que es un error, pero tienen derecho a equivocarse. Y por favor, que sea cuanto antes, para evitar que prospere la epidemia".

Rosa Montero
El País, 01-Octubre-2013


viernes, 6 de septiembre de 2013

"CREO EN LA REINVENCIÓN, YO LO ESTOY INTENTANDO"

A la memoria de Pablo Lizcano". 
La dedicatoria de Lágrimas en la lluvia (Seix Barral), la flamante novela de Rosa Montero, remite desde la primera página a la melancolía de la pérdida, pero también a la alegría de vivir. Al esplendor y la finitud de la vida. Lizcano, periodista y escritor como ella y su pareja de las dos últimas décadas, enfermó de repente y murió meses después en mayo de 2009. Su foto, un sonriente retrato en blanco y negro, es una más de las muchas que comparten baldas con los libros en este luminoso salón colonizado por mascotas vivas y de adorno. Noventa casas además de esta vio Montero antes de decidirse a cerrar su chalé familiar de las afueras y mudarse con sus perras Bruna y Carlota a este piso de Madrid cuatro plantas por encima del Parque del Retiro, cuyos árboles casi se cuelan por los balcones. Nueva casa, nueva década, nueva vida. Eso intenta, confiesa. Todavía no le duele la cara, pero le dolerá, bromea. La promoción de su nueva novela, en la que ha recreado un mundo tan futurista como íntimamente parecido al presente, le obligará a sonreír de oreja a oreja a los desconocidos. No le cuesta. Rosa es alegre, siempre lo fue, pero un velo le empaña la mirada cada poco. Ahora su melancolía tiene nombre y apellido. Pero no es nueva. Se recuerda siempre así. 
Sí. Madurar como escritor consiste en ir siendo cada vez más libre, y es muy difícil conquistar esa libertad interior. Lo que más nos cuesta saber en la vida es quiénes somos y qué deseamos, porque vivimos para lo que los otros quieren de nosotros. Luego, se va uniendo la presión del querer ser, de la vanidad, del entorno, porque la escritura es cada vez más un mercado. Hasta mi madre me dice, hija has bajado un puesto en la lista de superventas. Casi todos los novelistas escribimos desde niños porque es nuestra forma de vivir, de soportar la negrura de la vida. Y esa emoción pura se va retorciendo.
En su caso se añade la presión del periodismo. ¿O son compartimentos estancos?
No hay nada estanco, todo fluye, pero lo tengo muy separado. Para mí, ser reportera es un género literario tan bueno como otro, mira A sangre fría, de Capote, es un reportaje y un pedazo de libro. Pero es distinto, antitético incluso. En periodismo, la claridad es un valor. Y en narrativa lo es la ambigüedad, cuantas más lecturas tenga una novela, mejor. En periodismo escribo lo que sé, lo que pregunto. Y en novela escribo lo que no sé, lo que me pregunto. Mi corazón es la ficción, que ha sido mi juego vital desde niña. Lo otro es oficio.
Si todo fluye, su experiencia como periodista revertirá en la ficción.
Muy diferida y diferente. Hay escritores que cuentan su vida, y si son lo suficientemente buenos, la convierten en universal. Y luego otros, entre los que me incluyo, a los que no nos interesa contar nuestra vida porque lo maravilloso es precisamente poder vivir otras. Como cuando mis replicantes en la novela, compran memorias artificiales para vivir más vidas que la suya.
Sin embargo, dice que esta es su obra más personal.
Sí, entre otras cosas porque ya soy muy mayor. Creo que la narrativa es un fenómeno de madurez. Necesitas una distancia para ver tus emociones y analizarlas con la frialdad con que un entomólogo analiza a un coleóptero. Hasta entonces las novelas no funcionan. Esta es una anomalía en mi obra. Cuando acabé la anterior novela pensé que para la siguiente iba a tener unos 60 años, que es una edad que da un vértigo que te mueres. Hay quien se jubila. Hay quien se compra una casa en Torrevieja. Y dije, yo me voy a hacer un mundo mío para mi placer.
¿Y ese mundo feliz es su novela?
Sí, qué mejor para jugar con esa capacidad de ser un pequeño dios que es ser novelista. Me dije, voy a crear un mundo a mi medida a ver si consigo escribirlo con el placer y la libertad de antes de publicar. Como siempre me gustó la ciencia-ficción y la novela negra, decidí escribir una novela negra de ciencia-ficción que, además, me permitiera volver a ese mundo en otras novelas. Como quien baja a Torrevieja. Empecé a escribir lo que tenía que ser un libro feliz, un juego. Pero somos hijos del azar. Mi pareja se puso enferma de repente y se murió en 10 meses. En mi vida he hecho una cosa así, que fuera tan irreconciliable lo que vivía con mi proyecto literario. Pero lo terminé.
¿Cómo logró escribir durante la enfermedad?
A trancas y barrancas. Me ayudó, en cierta forma [emocionada]. La verdad es que pensé tirarla muchas veces, estaba superdesesperada, me perdí. No lo tiré por Bruna, mi protagonista. Me siento más cerca de Bruna que de ninguno de mis personajes. Ella es una androide muy fuerte y muy burra, mucho más que yo. Es muy salvaje y muy distinta a mí, pero tan parecida. Una replicante desesperada porque solo vive 10 años. Esa desesperación por la muerte la tengo desde niña.
¿Por qué?¿No fue feliz?
Mucho, pero yo creo que la mayoría de los novelistas no podemos olvidarnos de la muerte y tenemos una conciencia crítica del paso del tiempo. Me acuerdo de mí misma diciendo, mira Rosita, qué precioso cielo, tienes 12 años y no los tendrás más. He tenido toda la vida esa sensación del viento soplando en mis orejas. Pero no es malo, porque también te da una percepción intensa de la vida. ¿Recuerdas lo que decía Lennon: la vida es lo que te pasa mientras te ocupas de otras cosas? Pues yo no. He vivido aturdida muchas horas, porque el ser humano es experto en el aturdimiento...
La hiperactividad también es un narcótico, una forma de evadirse.
Sí, pero es una pena narcotizarnos así porque la vida es breve y hermosa. Esa conciencia de la muerte me ha hecho sentir la vida como una droga que te arde en las venas, y eso es maravilloso. He sentido y siento esos raptos de emoción absoluta por el fuego de la vida y la belleza del mundo, pero siempre con la muerte detrás.
Y esa sensación de fugacidad, ¿no le amarga los momentos felices?
No, los hace más hermosos. La melancolía es muy creativa, es la percepción de la belleza con la conciencia de que se acaba. Y eso le da un brillo imposible de igualar.
Hay quien dice que la tristeza inspira.
La melancolía te permite una mirada muy lúcida y articulada. La alegría también sirve para crear, pero la tristeza no. Eso de que sufriendo se escribe mejor forma parte del tópico de la bohemia, como que hay que ser alcohólico para crear. Eso de que en el sufrimiento eres creativo es mentira. El sufrimiento destroza. Paraliza.
Sin embargo, al día siguiente de morir su pareja escribió su columna en 'El País''.
La escribí mientras se estaba muriendo. No tenía más remedio, tocaba. Y, mira, es cierto, ese tipo de rutinas te ayudan a seguir viviendo. Lo que sé es que escribo, y con los años creo que escribo para intentar otorgar al mal y al dolor un sentido que sé que no tienen. En algo que es tan enorme y tan devastador, y tan incomprensible como la muerte de un ser muy querido [se emociona], ante el dolor de esta vida insensata, poner palabras te permite ordenar eso de alguna forma.
Hace año y medio de su pérdida. Los psicólogos hablan del año del duelo. ¿Cómo lo lleva?
Cada uno lo gestiona como puede. De alguna manera nunca el mundo vuelve a ser igual. Sí creo que puedes llegar a recolocarlo. Es muy largo, larguísimo. Son como altibajos, una montaña rusa. Porque el esplendor de la vida sigue. La vida es espléndida y es oscurísima. En el duelo, la oscuridad y la esplendidez se manifiestan de forma más cruda.
Además, el duelo no se lleva. Hasta los tanatorios cierran de noche.
Nuestra sociedad esconde la enfermedad, la maquilla, intenta vivir de espaldas a la muerte.
Su personaje, la replicante Bruna, va al 'psicoguía'. Muchos van al psicólogo para no amargar a los amigos con sus penas.
El psicólogo puede ayudarte y ocupar un papel que un amigo no ocupa. Pero un amigo te da la vida. Lo que mejor soy en la vida, mi logro mayor es ser amiga y tener los amigos que tengo. Es mi tesoro.
¿Más que sus libros?
Sí, claro. De lo que más orgullosa estoy, lo que más me consuela y me emociona de mi vida son mis amigos. Pero no ocupan el lugar de un terapeuta, que puede ser muy bueno y ayudarte rebotándote las mentiras que uno se cuenta y que pueden ser asfixiantes.
¿Los ha frecuentado?
Sí, me he psicoanalizado, y es intelectualmente muy interesante. Esta es una sociedad absurda. Parece que todos tenemos que vivir en una especie de anuncio constante: alegría, alegría. Y en cuanto se para ese pedalín, parece una hecatombe y que uno esta enfermo. La alegría con la que se da Prozac me deja pasmada. Esa obligatoriedad de una felicidad vacua y absurda. Tienes que hacer cosas que no te gustan, ves envejecer y morir a tus padres, hay mucho malestar en la vida, y si no lo asumes tampoco vas a asumir toda la belleza, la alegría, todo el paquete de la vida. Y esto no es una reivindicación del dolor, cuanto menos, mejor. El dolor enseña si no te mata.
La autocompasión también adormece.
Otro de los grandes aprendizajes de la vida es qué hacer con el dolor. Qué hacer con él para que no te destruya, cómo colocarlo. Porque hay gente que en el dolor se hace un nido, se enrosca, y piensan que como han sufrido, todos están en deuda con ellos, se convierten en unos miserables egocéntricos, una gente desgraciadísima que hace desgraciadísimos a los demás. Yo creo que la única posibilidad de aprender algo del dolor es, quizá, aumentar tu empatía con el dolor de los demás, entender mejor a los otros.
Sus entrevistas son míticas. ¿Es la empatía su mejor arma como periodista?
Totalmente. Si me dices qué es lo que más me gusta de mí, es eso. Haberme hecho novelista y periodista es porque me he dejado llevar por esa empatía. ¿Qué es ser novelista si no es ser capaz de ponerte en el lugar de otros? Y para ser periodista has de tener curiosidad genuina por el otro. Un periodista no debería preguntar jamás algo que no le interese saber, y sabes que hay muchos que preguntan de oficio. La simpatía es esencial.
Aunque el tipo te repugne.
Aún así, yo quiero saber. Claro que vas a entrevistar a gente que no te gusta, pero intento limpiar mis prejuicios. Meterte en la cabeza del otro para ver cómo se ve el mundo desde allí, y eso no quiere decir que lo justifique. Voy a intentar entender desde dónde me cuenta las cosas, porque lo que más me gusta son esos viajes interiores, a las esquinas del ser humano, a las maneras de estar frente al mundo.
¿Es religiosa? ¿No le da envidia el consuelo espiritual que obtienen los creyentes, aunque sea irracional?
No, para nada, no me cabe Dios en la cabeza. Los mitos religiosos son esa narración primera con la que hemos intentado dar sentido al mundo a pesar de que sabemos que no existe. Siempre me han emocionado. No creer en Dios no quiere decir no ser espiritual. Lo espiritual es una de las facetas más hondas del hombre, tener un impulso de trascender la propia nimiedad y reunirse con el todo. Yo eso lo tengo. Soy religiosa en el sentido ateo y espiritual. Quien cree y le consuela me parece magnífico. Es tan complicado vivir.
Hablando de trascendencia, ¿nunca sintió el deseo de ser madre?
De pequeña, nunca. España ha sido muchos años el país con menor tasa de natalidad. Y yo creo que porque hemos sido un país muy machista que de repente ha hecho una evolución rapidísima, de modo que una generación de mujeres tuvieron la desgracia de ver cómo la sociedad cambiaba pero ellas ya no podían subirse a ese tren. Esa generación de mujeres se pasó su madurez susurrando a sus hijas:aprovecha, sé libre, sé feliz, tú puedes, no tengas hijos porque a mí me han encadenado.
Y usted oyó ese susurro.
Claro, crecí con eso. De niña no tenía muñecas sino animales de peluche, como ahora, que tengo la casa llena. Nunca me planteé ser madre, nunca fue un conflicto. Y a los 38, dije, vale, probemos. Probamos, no me quedé embarazada y dije, solventado, ya está.
Las mujeres de su generación tuvieron que conquistar la igualdad. Dice la vicepresidenta Salgado que, con tanto no dejarse pisar por los hombres, se perdieron muchas risas.
No es mi caso, soy una disfrutona. Cogí la premuerte de Franco en mi primera juventud. Me puse a hacer teatro con 17 años con Tábano, que eran los más modernos del mundo. Iba con la cara pintada de flores, fumaba porros, era hippy total, iba descalza en verano, una memez, pisando lapos y abrasándote los pies. Me lo he pasado bomba.
Pero empezó a trabajar muy pronto.
Con 18 años, necesitaba el dinero. Y he trabajado como una salvaje, pero nunca para llegar a nada. Por temperamento y generación, soy de vivir el momento, porque mañana te puede atropellar un coche. Eso de sacrificar tu vida hoy por llegar a no se sabe qué lugar profesional en 20 años, primero es absurdo porque los humanos proponen y el azar dispone, y segundo, porque cuando llegas ya no te interesa, no es lo que buscabas.
¿No ha tenido estrategia en su carrera?
Jamás. Siempre me he regido por ir en cada momento donde creía que iba a estar más feliz, y a gusto, sin forzarme. Empecé a los 19 enPueblo, que era el periódico más importante. Hacía unas chorradas de televisión, pero no me gustaba el ambiente, lleno de machitos con las corbatas en erección (ríe), sí, tiesas con un prendedor, me horrorizaba. Me ofrecieron hacer calle en Arriba, que no lo leía nadie, y me fui. Me decían: "Estás loca, dejar de firmar en Pueblo". No se lo creían.
¿Nunca ha matado por una portada?
Cero, es la antítesis de lo que creo que es la vida. No va por ahí, está en otro lugar.
Pero sabe que hay quien mata por eso.
Pues creo que se equivocan muchísimo, sobre todo por ellos. No están matando a otros, están matando su propia vida.
¿Cómo ve la eclosión de todo ese ruido presuntamente informativo de las redes sociales?
Soy hipertecnológica, toda la vida me ha encantado. Tengo todos los cacharros: e-book, Ipad. Y estoy encantada de vivir lo que a mis 20 años leía como una ensoñación delirante del futuro. La tecnología, como herramienta, es maravillosa. Qué hacemos con ella depende de nosotros, porque dejado por sí solo, el mundo no va hacia el bien. Tenemos que empujar cada día para que vaya mejor.
Me refería a la comunicación y la creación.
No me da miedo. Al contrario, abre posibilidades increíbles. Lo que pasa que no sabemos aún administrar esas nuevas tecnologías en cuanto a su desarrollo económico, legal, de protección de la propiedad intelectual. No estamos sabiendo hacerlo, pero lo acabaremos haciendo, porque la sociedad y el ser humano se autorregulan. Ahora estamos en una transición, que puede durar 10 años, no creo que se tarde más en encontrar un acuerdo. Pero esos 10 años van a costar muchas bajas, ya lo estamos viendo: gente, medios, editoriales, discográficas, todo.
¿No le deprime ver que lo más visitado de elpais.com es el asunto del Twitter de Bisbal o la foto de Shakira y Piqué?
Pero eso es porque somos tontos. Este nuevo mundo virtual de Twitter y Facebook es estupendo y abre posibilidades increíbles. Las maravillosas, emocionantes y grandiosas movilizaciones en Egipto o Libia han surgido gracias a las redes sociales. Pero ese nuevo mundo es el mundo, y en el mundo hay de todo. También muchísimos tontos, y así como la tecnología puede tener aplicaciones impresionantes para cosas estupendas, también está emergiendo el parloteo que siempre ha habido. Y lo que pasa es que somos tan imbéciles, la gente sabe tan poco de tecnología, está tan pasmada, que le damos una importancia brutal a todo eso sin caer en que es el parloteo de los chavales y los bares de toda la vida.
Pero somos los periodistas y los responsables de los medios, los que lo magnificamos.
Es lo que te estoy diciendo. Pero es por ignorancia, porque no saben usar ni interpretar las nuevas tecnologías, porque están pasmados, porque les parece mágico, porque tienen miedo. Es como si cogieras a alguien del siglo XIX y la pusieras a ver la tele. Se volvería loco, no sabría discriminar un anuncio de un informativo o de una película. Y sin embargo, hoy, los bebés lo saben porque han nacido con eso. Nos falta saber interpretar y discriminar este nuevo mundo visible, que es el mundo.
Mientras tanto, existe la tentación de generar la oferta de contenidos en virtud de esa demanda.
Y yo estoy absolutamente en contra. Es como si tuviéramos que trabajar a demanda de los quinceañeros que dicen chorradas en un McDonald's. Esa falta de criterio es alucinante.
¿Y no ve ya esa tendencia en los telediarios y en los periódicos?
Te estoy diciendo que todo el rato, y que eso nos pasa porque somos imbéciles, y somos imbéciles porque no nos hemos adaptado aún a esta nueva realidad, que por otra parte es formidable, porque es el mundo. Estamos pasmados, ignorantes, paralizados porque no sabemos. La mayoría de los que están tomando decisiones son gente ajena a estas tecnologías. Y se nota.
Ha mencionado las revoluciones árabes. ¿No cree que estamos tan ensimismados entre la crisis y la banalidad que nos parecen una noticia más?
Lo del Magreb es grandioso y emocionante. Yo veo a la gente que normalmente no se preocupa por las noticias, colgada, asustada, emocionada, hasta mi madre, que tiene 90 años. Es precioso poder estar asistiendo al XIX del mundo árabe. Lo que me parece una vergüenza es el papel de Occidente, de la UE. El apoyo vergonzoso que han manifestado hasta ayer a los dictadores, y ahora apoyan esto.
El Instituto Tecnológico de Massachusetts ha dicho que los recuerdos pueden implantarse, como la memoria de sus replicantes. ¿Cómo lleva ser profeta?
[Ríe]. Sí, hay cosas que he predicho. Es que mi novela es muy realista. Es lo que diferencia la ciencia-ficción de la literatura maravillosa, que no me gusta. Lo maravilloso es empezar diciendo: "Llueven ranas", y a partir de ahí inventar. Mientras que la buena ciencia-ficción exige un rigor interno absoluto. Tienes que ser lógico y verosímil. Mi reto era levantar un mundo que se sostuviera solo, sin chirriar. Y lo que pasará en 2109 es que ya casi está pasando.
Además, a ver quién se lo discute.
Eso, que me lo discutan. La verdad es que me he sentido como una diosa. Crear un mundo es fascinante, me lo he pasado bomba. Es la vez que más he sentido y disfrutado ese poder de juego de escribir.
Ha enviudado, se ha mudado del extrarradio a la ciudad. ¿Puede uno reinventarse a los 60?
Espero que este sea un tiempo para vivir serena y felizmente, ojalá, no sé. Me considero una superviviente y mis novelas son de supervivientes. Pero hay momentos de la vida tan dolorosos que no te enseñan nada, solo son dolor, gasto y ruina. Momentos de desaliento que creo se pasan y vuelve a sacar la cabeza la belleza de la vida, tan poderosa. Esa capacidad de ponernos de pie. Y de renovarnos, sí. Esto [muestra el tatuaje de su brazo] es una salamandra: un animal mítico, un símbolo de renovación. Sí, creo que nos reinventamos. Y que somos capaces de volver a crearnos una vida nueva, yo lo estoy intentando: intento ver si soy capaz de vivir conforme lo aprendido.
Creo que en su 60 cumpleaños tiró la casa por la ventana.
He hecho una cosa increíble. Eso de cumplir 60 es aniquilador, y dije, cómo puedo oponerme, dentro de ese proceso de renovación. Hace año y medio, mandé a mis amigos un e-mail: "Resérvame tres días, 7, 8 y 9 de enero de 2011, para el Proyecto Salamandra". Y así les he tenido: dándoles pistas, jugando con ellos, que ni sabían quiénes eran. Al llegar la fecha, les metí en un autobús y los llevé tres días a un hotel de La Rioja. Ha sido maravilloso. Y este sábado tenemos cena Salamandra. La vida sigue.
Y el mundo hierve. ¿A quién le gustaría entrevistar mañana?
A nadie [se troncha]. Me preguntaban unos estudiantes: ¿Ni a Obama? Pues no, qué cansancio, con lo que hay que prepararse. Estoy saturada. Llevo desde los 18 años trabajando de periodista, y esa parte mía está cubierta.
¿Se le ha agotado la curiosidad genuina por los otros?
No, sigo teniendo una curiosidad tremenda por la gente, pero la quiero conocer de otra manera. Personal, no profesionalmente.
(El País Archivo)

UNA CICATRIZ EN UNA RODILLA

A principios de este verano estuve en una cena en la que dos amigos empezaron a disputar entre sí, jocosa y alegre­mente, cuál de ellos era más biónico debido a sus diversos implantes. Y, así, echaron mano de sus smartphones y se pusieron a comparar las radiografías de sus cuerpos. Imágenes espectrales de tornillos y placas de titanio en caderas, brazos, mandíbulas y vértebras empezaron a pasear mesa arriba y mesa abajo para la diversión de los comensales. Fue un momento alucinante, porque, en efecto, estaban más llenos de mecanismos metálicos por dentro que un reloj suizo; pero lo más impresionante fue la naturalidad con la que todos asistimos a esa escena de ciencia ficción, y lo asumido que tenemos el hecho de llevar con nosotros, en nuestros terminales electrónicos, todo el archivo, la memoria, la huella completa de nuestras vidas. ¿Se imagina alguien yendo a cenar con amigos hace tan sólo cinco años y apareciendo con todas su radiografías bajo el brazo, por ejemplo? Ahora somos como caracoles y vamos con nuestra existencia a cuestas. La realidad cambia cada día a velocidad vertiginosa, y es tal la capacidad de adaptación del ser humano que apenas nos damos cuenta.
Con todo, la anécdota me recordó, en ver­­sión cibernética, un momento genial de una película de 1990, Las montañas de la Luna, un estupendo film de aventuras sobre los míticos exploradores británicos Richard Burton y John Speke, que, a mediados del siglo XIX, emprendieron la búsqueda de las fuentes del Nilo a través de una exótica y desconocida África. Al principio de la película, Burton y Speke se encuentran en Londres, ya no recuerdo si en mitad de la calle o en un club privado, y, para demostrarse el uno al otro lo avezados exploradores que son, empiezan a enseñarse las cicatrices de sus antiguos viajes, y cada vez la zona que señalan es más íntima: esto fue el zarpazo de un león, dice uno abriéndose la camisa y mostrando las costillas; esto, la herida de la lanza de un masái, dice el otro, bajándose los pantalones y luciendo una nalga agujereada....

“El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida,  de muescas de la peripecia de existir”
Y es que ambas escenas, más allá de las evidentes diferencias tecnológicas, comparten un sustrato idéntico y esencial, algo básico desde la aparición de los humanos: el hecho de que la vida rompe, la vida mancha, la vida marca. En realidad, si me paro a pensarlo, las cicatrices son lo más parecido al smartphone en su faceta de archivo de datos… Es información de tu pasado que queda grabada en tu cuerpo de manera visible e indeleble.
Siempre me han gustado las cicatrices. Los personajes de mis novelas muestran una inquietante propensión a perder dedos y a sufrir tajos que les señalan todo el cuerpo. No sé de dónde viene esa tendencia mía, porque la ficción nace del inconsciente, de un territorio oscuro que está más allá de lo que uno cree saber. Pero, en cualquier caso, también me gustan, o no me desagradan, las cicatrices reales. El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida, de costurones o agujeros o costuritas, de muescas de la peripecia de existir. Acabo de hacer un rápido recuento y, si no me equivoco, luzco nueve cicatrices, algunas muy evidentes. Todas ellas tienen una historia detrás, y aunque la mayoría sean historias banales, son hitos orgánicos que van jalonando mi tiempo. Es imposible pasar por la vida sin romperte un poco; y creo que la rotura física, la que, tras curarse, deja cierta memoria sobre la piel, es siempre más manejable que la psíquica. Las cicatrices, en fin, demuestran que hemos vivido. No olvidemos que nuestra primera huella propia tras nacer es la cicatriz de nuestro ombligo (naturalmente, no he contado este nudo de carne entre mis nueve señales).
Es verdad que hay cicatrices y cicatrices. Que hay destrozos físicos que te deforman de tal modo que resultan insuperablemente traumáticos. No me refiero a esto, por supuesto; cuando los daños alcanzan tal nivel, son mutilaciones, no cicatrices. Pero de todas formas me gustaría decir que gracias a una de mis cicatrices he aprendido una de las enseñanzas más importantes de mi vida. La llevo desde hace cuarenta años, fue de resultas de un accidente y es la más visible y espectacular que tengo: un agujero enorme en una rodilla. Pues bien, con mis veinte años me puse todas las minifaldas del mundo, aunque me faltara media rodilla. Y, ¿saben qué? Nadie se dio cuenta de la cicatriz, o sólo la advertían tras meses de frecuentarme. Y esto era así porque a mí no me importaba, porque yo no la señalaba con mi angustia o mi complejo, porque yo la hice mía. O sea: no hay como quererse y aceptarse para que los demás te acepten y te quieran.
(Artículo de Rosa Montero en El País Semanal del 1 de Septiembre de 2013)


viernes, 26 de julio de 2013

TERTULIA LITERARIA: "La ridícula idea de no volver a verte" Rosa Montero

Esta es la nueva propuesta de lectura para la Tertulia de Otoño que tendrá lugar a mediados de Septiembre. Tenemos el verano por delante para sumergirnos en la lectura del libro y disfrutar. Iremos colocando en el blog, artículos, opiniones, comentarios de y sobre la autora: una admirada Rosa Montero.
De momento, aquí os dejo una entrevista que la hicieron en las Tertulias de Periodista Digital en torno a la temática del libro. 




domingo, 30 de junio de 2013

ESPACIOS DE TERTULIA (VERANO 2013)



CONTAR UN CUENTO

Platón miraba sombras en la cueva. Dante bajó a los infiernos. Kapuscinsky miraba cucarachas en las paredes de una choza en los arrabales de una ciudad cualquiera de Africa, porque "no se puede escribir de alguien con quien no has compartido, al menos, un momento de su vida", decía.
A veces no hace falta irse muy lejos para hacer la crónica del sufrimiento humano. Cada uno lleva su cruz, en cada ser humano te puedes mirar para ver la tuya. Mi madre me enseñó desde bien pequeña a desarrollar una lupa para localizar al depredador ("Querer a quien no me quiere, no lu quiero yo") y un amor por el contar, aunque la forma como ella me narraba los cuentos era una versión muy personal. Decía que la reina mala de Blancanieves se miraba en el espejo y exclamaba: "Espejo majo, ¿quién es la más bella del reino?". Cuando de mayor me di cuenta que la palabra era distinta (no era "majo", sino "mágico", ¿pero acaso lo mágico no es majo de por sí al darnos un resultado beneficioso y enriquecedor?) me puse a averiguar qué significaban las palabras para cada uno.
Estamos muy informados/as, la información nos llega a borbotones y no nos da tiempo a reposarla. Hay programas basura que todos conocemos y que nos avergüenza confesar que a veces vemos -al menos yo- para cubrir nuestra personal necesidad de bajar a los infiernos y ver la contemporaneidad en los sentimientos, el corporativismo sentimental, la empatía en las emociones. Es sólo una vista de pájaro y me voy a otro canal a cargarme con cultura, pero no niego que yo también formo parte de esos desencuentros en lo relacional y que puedo saber al observar los comportamientos ajenos que puedo mejorar en los míos y elegir no reaccionar de esas desafortunadas maneras.

Vocabulario propuesto por la CNV (Comunicación no violenta)
"Sentirse bien" y "sentirse mal" son expresiones usuales para referirse a cómo estamos. La CNV nos invita a ir más allá de ellas y a reconocer y expresar los sentimientos con mayor especificad.
Algunos sentimientos
Vitalidad, alegría, sorpresa, confianza, cartiño, satisfacción, ternura, fuerza, excitación, pasión, cansancio, calma, optimismo, desesperanza, confusión, enojo, desconcierto, frustración, molestia, amargura, furia, ansiedad, indecisión, pereza, tensión, agobio, intranquilidad, tranquilidad, entusiasmo, curiosidad, orgullo, asombro, esperanza, agradecimiento, ternura, coraje, apertura, intriga, serenidad, comodidad, alivio, tristeza, distancia, odio, hostilidad, vergüenza, nervios, preocupación, miedo, desesperación, angustia, aburrimiento, arrepentimiento, pesimismo.

Cuando somos capaces de reconocer y poner nombre a lo que sentimos, nos resulta más fácil conectarnos con los demás. Distinguir la expresión de sentimientos de las palabras o afirmaciones que describen pensamientos o evaluaciones facilita la comunicación.
Hay palabras que expresan cómo interpretamos al otro más que cómo nos sentimos: Abandonada/o, acorralada/o, amenazada, atacada, atrapada, coaccionada, desatendida, humillado, excluida, presionado, olvidada, manipulada, rechazada…

Algunas necesidades
Autonomía, aceptación, seguridad, comunidad, sinceridad, alimentación, contacto físico, aire, honestidad, celebraciónn, intimidad, estabilidad, consideración, afecto, descanso, protección, esparcimiento, libertad, conexión, sentido, crecimiento, expresión sexual, autenticidad, reconocimiento, respeto, confianza, amor, silencio, movimiento, inspiración, independencia, comunicación, empatía, propósito, proximidad emocional, creatividad, pertenencia, calidez, contribución, diversión, cuidado, juego, orden, esperanza, reciprocidad, igualdad, estimulación, espontaneidad, tranquilidad, apoyo, comprensión, agua, abrigo, espacio, armonía, elección, integridad, humor, belleza.

"Las palabras las tenemos todos". Hagamos buen uso de ellas.

viernes, 28 de junio de 2013

ESPACIO DE TERTULIA (VERANO 2013)

El periodismo de Ryszard Kapuscinski

La Tertulia tuvo un carácter casi intimista, no solo por que el número de participantes invitaba a ello, sino también por las reflexiones que se desencadenaron y los interrogantes que se abrieron. Kapuscinski con su trayectoria y su manera de vivir el periodismo nos indicó el camino para el diálogo y creó el espacio del encuentro.
Nos llamó mucho la atención esa enorme capacidad suya de mimetizarse con el ambiente, esa implicación personal, ese sumergirse en la vida y  las circunstancias de las personas protagonistas y sufrientes de los hechos que narra, el conocimiento de la experiencia que comunica.
Y todo ello, por contraposición, nos traía al momento actual, a lo que hoy es el periodismo, a cómo se plantea, para  sumergirnos a continuación en interrogantes. Porque hoy día ¿de dónde nace el "contar"?. ¿Quizá de la propia presión de la profesión? ¿o de la necesidad de trasmitir a otros lo vivido?. Pero, y ¿cómo se comunica?, ¿por qué muchas veces lo único que se consigue es que intentemos escapar de la información?, ¿por qué nos aburre?, ¿por qué no nos llega y no nos conmueve?, ¿por qué no nos incomoda hasta el punto de levantarnos del asiento para hacer algo al respecto?, ¿por qué nos hacen creer que con estar "informados" es suficiente?
Hay mucha frialdad en la manera de comunicar. Demasiada asepsia. Casi todos los medios de comunicación trasmiten de similar manera las mismas noticias, sin apenas variantes, sin apenas más matices que la orientación política de quien gestiona y dirige. Tenemos mucha información, es cierto, nos bombardean con toda ella, pero no por ello estamos más sensibilizados con todo lo que ocurre. ¿No conmovían mucho más los juglares con sus "Cantares de gesta"...?
Ya no estamos ávidos de saber. No tenemos la curiosidad alerta, las ganas de preguntar acerca de las buenas o malas nuevas que nos traen. ¿Quizá demasiada información junta, revuelta, entremezclada, repetida, apresurada, sin tiempo para reposarla? ¿Nos faltan auténticos "comunicadores"? ¿Qué hace interesante lo que se cuenta?  ¿Quizá todo aquello que nos hace conectar con la esencia misma de la cultura y de lo más auténtico del ser humano?. Ciertamente, todo lo que "es", al conocerlo, se nos hace cercano.
Estamos situados ante medios de comunicación, sobre todo televisivos, encaminados a dis-traernos y no a reconocernos y situarnos. ¿Nos hemos olvidado de la importancia de la movilidad del ser humano por los diferentes territorios?. ¿Estamos acusando una posible falta de identidad...?
Artur Domoslawski, a pesar de ser amigo y discípulo de Kapuscinski, ha publicado un libro que ha ocasionado una fuerte polémica entorno a su figura donde le acusa de "inexactitudes", de utilizar su labor como reportero para colaborar con el espionaje polaco, de "fabular" la realidad, de intensificarla... Pero ¿no es esa  intensificación de la realidad  algo casi necesario para conmover y ser capaces de descubrir la esencia de lo que se quiere decir?, ¿cómo se revela si no el acto creativo?.
La importancia de la palabra escrita y la hablada vienen condicionadas por la manera en que se manifiestan y el periodismo tiene mucho que caminar en este sentido.
La tarde fue cayendo mientras nos sumergíamos en todas estas reflexiones. Íbamos de ellas a nuestras propias anécdotas personales, las mezclábamos, nos contábamos, nos compartíamos, nos regalábamos las palabras...
"Las palabras las tenemos todos" (decía Rosa). Es cierto. Las tenemos todos. Todo dependerá del uso que hagamos de ellas.



miércoles, 19 de junio de 2013

CONVOCATORIA



Este próximo miércoles, día 26 de Junio, a las 19:30 horas  tendrá lugar en el edificio del Ateneo nuestro primer Espacio de Tertulia. El tema del periodismo, de los medios de comunicación, de su relevancia y de su poder, serán temas que saldrán presumiblemente a flote al tratar la figura de Ryszard Kapuscinski. De su mano, y de la de todos los tertulianos, trataremos de comprender en qué consiste ese ir más allá de las cosas en los entresijos de la escritura, esa concepción de la información donde se hace imprescindible estar allí dónde se desarrollan las historias al tiempo que se mantiene la distancia necesaria para no ser absorbidos por ellas.
Os recordamos que la asistencia a la Tertulia es de carácter abierto, y que podéis acudir todos aquellos que tengáis interés por la escritura, por el periodismo, por los temas de actualidad, por el enriquecimiento personal, por la puesta en común de las propias opiniones...
Os esperamos.


lunes, 27 de mayo de 2013

YO SOY LA OTRA

De todo el discurso de Kapuscinski me ha quedado grabado la imagen de la recua de chiquillos persiguiendo al forastero y señalándole como "el otro". Para nosotros los demás siempre son los otros, porque cuesta mucho ponerse en la piel del otro si  tú no has pasado por lo mismo. Si acontece esa confabulación estelar, entonces, el otro/a ya eres tú, ya es tu hermano/a y comprendes sus boberías, sus desencuentros, sus fallos, aquello que le perturba. A mí me suele atraer mucho la gente de afuera, la que viene de visita, la que me tiene algo nuevo que contar o que aportar, creo que me saca del tedio, que me sorprende, que me hace estar atenta y no pensando en "otros" mundos más entretenidos. Me gusta ser acogedora con los que se han atrevido a desmarcarse de su nido confortable y buscaron otras tierras para enriquecernos con sus costumbres, su manera de hablar, algunos hasta su manera de conservar nuestra lengua antigua o el trato de reverencia hacia los mayores que parece que nosotros estamos perdiendo. En cierta ocasión leí que nosotros habíamos invadido los bosques, las maneras de reproducirse las plantas y que ellas ahora nos invadían a nosotros, pero en forma de adicción (tabaco, marihuana), ya que no les damos un lugar en la tierra, ellas se acomodan en nuestros cuerpos, como caballo de Troya, para seguir teniendo su espacio. Pues algo parecido ocurre con los países dominados por el poderoso, que ahora nos devuelven la visita en una cortesía plagada de pobreza.
Siempre me gustaron "Los otros", porque yo también fui "la otra": Durante cuatro meses del año 1977 viajé a Rusia para que me operaran de mi pierna afectada por la Polio. A mis veinte años yo esperaba un milagro de los avances soviéticos en la medicina especializada en traumatología. Las personas que me encontré en aquel hospital fueron tan cercanas, tan hospitalarias, tan generosas conmigo que el milagro real que se produjo fue en mi mente y en mi corazón. Yo mejoré, qué duda cabe, pero por dentro ya me quedé con la sangre eslava corriendo por mis venas, como si hubiera nacido allí. Así que ahora mismo no me importa de dónde vengan, sólo imagino que necesitan darme algo y que yo a cambio les trueque mis esperanzas, mi versión de los hechos, mi manera de interpretar el cosmos que se parece mucho a la suya, al que se atrevió un día a pedirle al barquero que le cruzara al otro lado, porque necesitaba ir a la "otra" orilla a buscar saciar su sed tal vez de justicia, de mar, de alma…

PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE
¿Quién construyó Tebas, 
la de las Siete Puertas?
En los libros figuran 
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas?
Quienes edificaron la dorada Lima,
¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quienes triunfaron?
Bizancio tantas veces cantada,
para sus habitantes
¿sólo tenía palacios?
Hasta la legendaria
Atlantida, la noche en que el mar se la tragó,
los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia
ganó la guerra de los Treinta Años.
¿Quién ganó también?
Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias,
tantas preguntas. 
(Bertolt Brecht)


miércoles, 22 de mayo de 2013

PEQUEÑAS HISTORIAS EN LA TARDE

Llegué a la reunión de tertulianos tarde y cansada. El día de trabajo se me había hecho largo y tuve que enviar un "was" a José Miguel avisando de mi demora. Iba con la cabeza en mil cosas, y se me hacía cuesta arriba romper la dinámica de pensamientos que me ocupaba. Me esforzaba, mientras caminaba hacia el Ateneo, en centrarme en aquello que quería comunicar: la propuesta de los Relatos, fijar la fecha para hacer los honores a Kapuscinski, el blog...
Caminaba con la cara levantada para respirar el aire y los ojos bajos posándose en las aceras, como queriendo evitar encuentros, y entonces me acordé de una frase sin venir a cuento: "Las noticias hablan de lo más importante: la creación de la historia". Me detuve un momento en ella y luego la dejé ir.
El pequeño grupo reunido estaba relajado y me uní a él invitada a un chocolate caliente que retiré de la máquina expendedora. Nos saludamos, y sentados entorno a la mesa empezaron los comentarios: las impresiones sobre el blog, su formato y las entradas realizadas, la posibilidad de poner en marcha un concurso de Relatos de la mano de Bea y Katia, la quizá tardía idea de haber realizado algún evento para conmemorar el aniversario de Wagner, de la "retirada" de Maruja Torres, del similar camino que lleva Elvira Lindo, del lugar de origen de cada uno, del mal de ojo y sus remedios... No fue sino darnos noticias unos a otros y cada uno a su manera, un intercambio de información, un desembocar en pequeños acuerdos, un olvidarnos de todo aquello que habíamos dejado a las puertas del Ateneo.
Cuando iba de regreso a casa, con la mirada otra vez en las aceras, no pude menos de sonreír al rememorar de nuevo  la frase de Kapuscinski y comprender que el encuentro al que acababa de asistir había logrado, con la transmisión de la cotidianeidad acontecida, tejer una vez más las pequeñas historias de cada uno de nosotros... Pequeñas historias contadas para dar sentido, junto a otras miles de historias humanas, a esa otra Historia de los tiempos.


REFLEXIÓN...

Aprendizaje continuo

"Años atrás tenía amigos muy talentosos profesionalmente, pero con el transcurso del tiempo desaparecieron del mapa. ¿Qué pasó? Ellos no se desarrollaron por sí mismos. No leían. No participaban en discusiones. No viajaban. Descuidaban su formación..."

"Debemos aprender a ser humildes y nunca dejar de aprender. Si se apaga el entusiasmo por aprender, se seca el fuego interno. Y si no se prepara uno, se marchita ese entusiasmo. La llama interna no puede descuidarse. No conviene esperar tal sequedad. Mejor prepararse, interesarse, involucrarse, y leer, leer, leer..."


martes, 7 de mayo de 2013

DISCURSO

Discurso íntegro durante el acto de investidura de doctor Honoris Causa de la Universitat Ramón Llull
(Barcelona, 17 de junio de 2005) 


"Excelentísima y Magnífica Rectora, señoras y señores:
Cuando me paro a reflexionar sobre mis viajes por el mundo, viajes que se han prolongado durante muchos, muchos años, a veces tengo la impresión de que las fronteras y los frentes, los peligros y las penalidades propios de esos viajes, me han producido menos inquietud que la incógnita, siempre presente y renovada a cada momento, de cómo transcurriría cada nuevo encuentro con los Otros, con esas personas extrañas con las que me toparía mientras seguía mi camino. Pues siempre supe que de ese encuentro dependería mucho, muchísimo, si no todo. Cada uno de ellos fue una incógnita: ¿cómo empezaría? ¿cómo transcurriría? ¿en qué acabaría?
El mero planteamiento de preguntas como éstas es, por supuesto, tan antiguo que podría calificarse de eterno. El encuentro con el Otro, con personas diferentes, desde siempre ha constituido la experiencia básica y universal de nuestra especie. Los arqueólogos nos dicen que los grupos humanos más antiguos no contaban con más de treinta o, a lo sumo, cincuenta personas. Si aquellas familias-tribus hubiesen sido más numerosas, les habría resultado difícil trasladarse con la rapidez suficiente. Si hubiesen sido más pequeñas, les habría resultado muy difícil defenderse y librar batallas en su lucha por la supervivencia.
Y he aquí a nuestra pequeña familia-tribu siguiendo su camino en busca de alimentos y de pronto se encuentra con otra familia-tribu. ¡Qué momento tan fundamental en la historia del mundo! ¡Qué descubrimiento más fabuloso! ¡Descubrir que el mundo está habitado por otras personas! Pues hasta aquel momento, el miembro de nuestra comunidad familiar y tribal podía vivir convencido de que, conociendo a sus treinta, cuarenta o cincuenta hermanos, conocía a todos los habitantes de la tierra. Y de pronto descubre que no, ni mucho menos; que el mundo también alberga a otros seres parecidos a él, ¡a otras personas!
¿Cómo comportarse ante tamaña revelación? ¿Cómo actuar? ¿Qué decisión tomar? ¿Abalanzarse con ferocidad sobre los extraños? ¿Pasar a su lado con indiferencia y seguir el camino propio? O, tal vez, ¿intentar conocerlos y tratar de encontrar una manera de entenderse con ellos?
Esta misma necesidad de optar por una cosa u otra que se había planteado a nuestros antepasados hace miles de años se nos plantea también hoy a nosotros, y lo hace, además, con la misma intensidad, que no ha variado a lo largo de milenios; la elección resulta hoy igual de básica y categórica. ¿Qué actitud adoptar ante el Otro? ¿Cómo tratarlo?
Es posible que la cosa derive hacia un duelo, un conflicto o una guerra. Testimonios de tales desenlaces llenan todos los archivos imaginables y dan fe de ellos los incontables campos de batalla y los restos de ruinas diseminados a lo largo y ancho del mundo. Todos ellos son la demostración de la derrota del hombre; de que éste no supo o no quiso hallar una manera de entenderse con Otros. Las literaturas nacionales de todos los países y de todas las épocas han tomado esta tragedia y debilidad nuestra como uno de sus temas predilectos: su diversidad de matices lo convierte en un tema infinito.
Pero también puede suceder que nuestra familia-tribu, a la que seguimos sus pasos, en lugar de atacar y luchar decida aislarse de Otros, encerrarse, blindarse. Semejante actitud, con el tiempo, dará como resultado construcciones que obedecen a la voluntad de atrincheramiento, tales como la Gran Muralla China, las torres y las puertas de Babilonia, los limes romanos o las murallas de piedra de los incas.
Por fortuna, también aparecen diseminadas profusamente por todo el planeta las pruebas de un tercer tipo de comportamiento que ha conocido la experiencia humana. Las que indican cooperación. Se trata de vestigios de mercados, de puertos marítimos y fluviales; de lugares donde se levantaban ágoras y santuarios, donde todavía hoy son visibles los restos de algunas sedes de universidades y de academias antiguas. Asimismo se han conservado vestigios de ancestrales rutas comerciales, tales como la de la seda, la del ámbar o la sahariana. Todos aquellos espacios eran lugares de encuentro: allí las personas entraban en contacto y se comunicaban, intercambiaban ideas y mercancías, sellaban actos de compraventa y ultimaban negocios, formaban uniones y alianzas, encontraban objetivos y valores comunes. El Otro dejaba de ser sinónimo de lo desconocido y lo hostil, de peligro mortal y encarnación del mal. Cada individuo hallaba en sí mismo una parte, por minúscula que fuese, de aquel Otro, o al menos así lo creía y vivía con este convencimiento.
De manera que al hombre siempre se le abrían tres posibilidades ante el encuentro con Otro: podía elegir la guerra, aislarse tras una muralla o entablar un diálogo. A lo largo de la historia, el hombre siempre ha vacilado ante estas tres opciones y, dependiendo de su cultura y de la época en que le ha tocado vivir, elige una u otra. Constatamos que es bastante veleidoso en sus decisiones; no siempre se siente seguro, no siempre pisa un terreno firme.
Resulta difícil justificar la guerra; opino que la pierden todos porque pone de manifiesto el fracaso del ser humano al revelar su incapacidad de entenderse con Otros, de ponerse en su piel; y porque pone en tela de juicio su bondad e inteligencia. Cuando el encuentro con Otros tiene como desenlace la guerra, invariablemente acaba en tragedia, en un baño de sangre.
A la idea que llevó al hombre a levantar murallas altísimas y cavar profundos fosos con el fin de aislarse de otra gente se la ha "bautizado", ya en nuestra época, con el nombre de apartheid. Con perjuicio para la verdad y la exactitud, dicha noción ha sido adscrita al hoy inexistente régimen blanco de Sudáfrica. Lo cierto es que se había practicado el apartheid desde los tiempos inmemoriales. Simplificando mucho, se trata de una doctrina cuyos partidarios discurren del siguiente modo: "Todo el mundo puede vivir como le dé la gana, solo que bien lejos de mí si esa gente no pertenece a mi raza, mi religión y mi cultura." Pero ¡ojalá tan sólo se tratase de esto! La realidad es que nos hallamos ante una doctrina de desigualdad del género humano, premeditada y programática. Los mitos y las leyendas de muchos pueblos y tribus rezuman la convicción de que sólo nosotros -los miembros de nuestro clan, de nuestra comunidad-somos seres humanos; todos los demás son infrahombres, como mucho, o cualquier cosa menos personas. Lo que mejor expresaba esta actitud era una doctrina de la China antigua: el no chino era considerado como excremento del diablo o, en el mejor de los casos, como pobre desgraciado que ha tenido la mala suerte de no haber nacido chino. En consecuencia, ese Otro era representado como perro, rata o reptil. El apartheid fue y sigue siendo una doctrina de odio, desprecio y repugnancia hacia el Otro, el extraño.
¡Cuán diferente aparece la imagen del Otro en la época de creencias antropomórficas, cuando los dioses podían adoptar el aspecto humano y comportarse como personas! Pues en aquellos tiempos, nunca se sabía si era dios u hombre el viajero o el peregrino que se acercaba. Esta inseguridad, esta intrigante ambivalencia, constituye una de las fuentes de la cultura de la hospitalidad, que exige un trato magnánimo al visitante, un visitante cuya naturaleza no acaba de ser reconocible.
Escribe de ello nuestro "poeta maldito" decimonónico, Cyprian Norwid. En la Introducción a su Odisea, reflexiona sobre las fuentes de esa hospitalidad que arropó a Ulises en su camino de vuelta a Ítaca. "Allí, en la naturaleza de cada mendigo y de cada vagabundo extraño", expresa Norwid, "se sospechaba un origen divino. No se concebía, antes de acogerlo, preguntar al visitante quién era; sólo después de dar por supuesta su divinidad se descendía a las preguntas terrenales, y esto se llama hospitalidad; y, por eso mismo, se la colocaba entre las prácticas y virtudes más piadosas. ¡Los griegos de Homero no conocían al "último de entre los hombres"! Siempre el hombre fue el primero, es decir, divino."
La cultura entendida por los griegos en el sentido en que lo plasma Norwid saca a la luz nuevos significados de las cosas, significados amables y benévolos con el hombre. Las puertas y portaladas sirven no sólo para aislarse del Otro, sino que también pueden abrirse ante él, invitándolo a franquearlas. La calzada no tiene por qué ser esa vía por la que cabe esperar la llegada de columnas enemigas; también puede ser ese camino por el que, ataviado con ropas de peregrino, se aproxime a nuestra morada uno de los dioses. Gracias a interpretaciones como ésta, empezamos a movernos en un mundo no sólo mucho más rico, sino también acogedor y lleno de buena disposición hacia nuestro semejante, un mundo en el que nosotros mismos sentiremos el deseo de salir al encuentro del Otro.
Emmanuel Lévinas llama "acontecimiento" al encuentro con el Otro; lo califica, incluso, de "acontecimiento fundamental". Se trata de la experiencia más importante, del más amplio de los horizontes. Lévinas, como es sabido, pertenece al grupo de filósofos dialoguistas -tales como Martín Buber, Ferdinand Ebner y Gabriel Marcel- que han desarrollado la idea del Otro -en tanto que ente único e irrepetible- desde unas posturas de oposición, más o menos directas, hacia dos fenómenos aparecidos en el siglo XX y que no son otros que:

-La aparición de la sociedad de masas, que anula el hecho diferencial del individuo
- La expansión de las destructivas ideologías totalitarias.
Estos filósofos intentan salvar lo que consideran el valor supremo: el individuo. Intentan salvar de la actuación de las masas y de los totalitarismos, aniquiladora de toda identidad individual, a mí, a ti, al Otro, a los Otros (por eso han divulgado la noción de Otro: para subrayar la diferencia entre los individuos, y la diferencia de sus rasgos individualizadores, únicos e intransferibles).
Fue una corriente de pensamiento de gran trascendencia, una corriente que salvaba y elevaba al ser humano, que salvaba y elevaba al Otro, ante el cual -como lo expresó Lévinas- no sólo debo colocarme en pie de igualdad y con el cual debo mantener un diálogo, sino que tengo la obligación de "ser responsable de él".
En cuanto a la actitud hacia el Otro -hacia los Otros- los dialoguistas rechazan la guerra, que consideran un camino que conduce a un único fin: el aniquilamiento. Asimismo, critican la indiferencia y el aislamiento tras una muralla. En lugar de estas actitudes, pregonan la necesidad -más aún: el deber ético- de posturas abiertas, de acercamiento y buena disposición.
En el marco de estas ideas y convicciones, dentro de esa misma corriente de reflexión y búsqueda, surge la gran obra investigadora de Bronis?aw Malinowski, que guarda gran similitud con las posturas encomiadas por los dialoguistas.
El reto de Malinowski: ¿cómo acercarse al Otro, cuando no se trata de un ser hipotético ni teórico, sino de una persona de carne y hueso que pertenece a otra raza, que tiene una fe y un sistema de valores diferente, que tiene sus propias costumbres y tradiciones, su propia cultura?
No pasemos por alto el hecho de que, por lo general, la noción del Otro se ha definido desde el punto de vista del blanco, del europeo. Pero cuando, hoy en día, camino por un poblado etíope levantado en medio de las montañas, corre tras de mí un grupo de niños deshechos en risas y regocijo; me señalan con el dedo y exclaman: ¡Ferenchi! ¡Ferenchi!, lo que significa, precisamente, "otro", "extraño". Es un pequeño ejemplo de la actual "desjerarquización" del mundo y de sus culturas. Es cierto que el Otro, a mí, se me antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el Otro. En este sentido, todos vamos en el mismo carro. Todos los habitantes de nuestro planeta somos Otros ante otros Otros: yo ante ellos, ellos ante mí.
En la época de Malinowski (al igual que en los siglos precedentes), el blanco, el europeo, abandona su continente casi exclusivamente con un único fin: la conquista. Sale de casa para hacerse con el dominio de otras tierras, para conseguir esclavos, para hacer negocio o para evangelizar. Sus expediciones a menudo se convierten en baños de sangre, como fue el caso de la conquista colombina de las dos Américas, seguida por la de los colonos blancos llegados del viejo continente, la conquista de África, de Asia, de Australia.
Malinowski viaja a las islas del Pacífico con un objetivo del todo diferente: para conocer al Otro; a él, a sus vecinos, sus costumbres y su lengua, para ver cómo vive. Quiere verlo todo con sus propios ojos y vivirlo todo en carne propia. Quiere acumular experiencias para, más tarde, dar fe de lo vivido.
Un proyecto que a primera vista se nos antoja tan evidente resulta, sin embargo, revolucionario, "mundoclasta" (permítanme el neologismo), pues desvela una debilidad -cierto que en grados diferentes- o, más bien, un rasgo intrínseco de cualquier cultura que consiste en que una tiene dificultades a la hora de comprender a la otra. O, más bien que esas dificultades las tienen las personas que pertenecen a una determinada cultura, sus partícipes y portadores.
A saber: Malinowski dice que después de llegar a las tierras objeto de sus estudios, las islas Trobriand (hoy Kiriwina), descubre que los blancos que llevan años viviendo allí no sólo no saben nada de la población local y de su cultura, sino que tienen de ellas una imagen falsa, teñida de arrogancia y desdén.
Él mismo, en contra de todas las costumbres coloniales establecidas, planta su tienda en medio de una aldea y convive con la población local. La experiencia no le resultará nada fácil. En su conservado Diario en el sentido estricto de la palabra, a cada momento menciona sus muchas dificultades, habla de sus cambios de humor, de su abatimiento, de frecuentes estados depresivos. Cuando alguien se ve arrancado -voluntaria o involuntariamente- de su cultura, paga por ello un precio muy alto. Por eso resulta tan importante la posesión de una identidad propia y definida y la firme convicción de que esa identidad tiene fuerza, valor y madurez. Sólo entonces puede el hombre encararse con otra cultura. En el caso contrario, tenderá a ocultarse en su escondrijo, a aislarse, miedoso, de otras personas. Tanto más cuanto que el Otro no es sino un espejo en el que se contempla -y en el que es contemplado-, un espejo que lo desenmascara y lo desnuda, cosa que todo el mundo más bien prefiere evitar.
Llama la atención el hecho de que, cuando la Europa natal de Malinowski es escenario de la Primera Guerra Mundial, el joven antropólogo se concentra en el estudio de la cultura de intercambio. Investiga los contactos entre los habitantes de las islas Trobriand y sus ritos comunes, investigaciones que plasmará en su magnífica obra Los argonautas del Pacífico occidental y a partir de las cuales formulará esa tesis tan importante como, lamentablemente, poco observada y que reza: "para poder juzgar, hay que estar allí". También formula otra tesis, sumamente atrevida para la época, de que no existen culturas superiores e inferiores, sólo hay culturas diferentes que, cada una a su manera, satisfacen las necesidades y las expectativas de sus partícipes. Para Malinowski, la persona perteneciente a otra raza y a otra cultura es una persona cuyo comportamiento -como el comportamiento de cualquiera de nosotros- encierra y rezuma dignidad, respeto por unos valores establecidos, por una tradición y unas costumbres.
Mientras que Malinowski empezaba su trabajo en el momento de la aparición de la sociedad de masas, hoy vivimos en una época de transición entre la sociedad de masas y la sociedad planetaria. Hay muchos factores que favorecen este paso: la revolución electrónica, el impresionante desarrollo de todo tipo de comunicaciones, facilidades nunca vistas de trasladarse de un lugar a otro y también -y relacionado con todo ello- las transformaciones que se producen en la mentalidad de las generaciones más jóvenes y en la cultura, en el sentido más amplio de la palabra.
Y todo esto ¿de qué manera cambiará nuestra actitud -marcada por nuestra cultura- hacia personas de otra o de otras culturas? ¿Cómo influirá en la relación Yo-el Otro dentro del marco de mi propia cultura y fuera de él? Resulta muy difícil dar una respuesta inequívoca y definitiva a estas preguntas, pues hablamos de un proceso en curso, en el que, además, estamos inmersos nosotros mismos y carecemos de esa perspectiva de tiempo que posibilita una reflexión fehaciente.
Lévinas se planteó la relación Yo-el Otro en el marco de una sola civilización, histórica y racialmente homogénea. Malinowski estudió las tribus melanesias en una época en la que éstas aún conservaban su estado genuino, todavía ajeno a la ulterior contaminación por la tecnología, la organización y el mercado occidentales.
Semejantes posibilidades son hoy una rareza. La cultura se vuelve cada vez más híbrida, heterogénea. No hace mucho contemplé en Dubay una escena asombrosa. Por la orilla del mar caminaba una muchacha. Sin lugar a dudas, musulmana. Iba vestida con un pantalón vaquero y una blusa muy ceñida, pero, al mismo tiempo, su cabeza aparecía cubierta. Sólo la cabeza, pero estaba envuelta en un chador tan puritana y herméticamente atado que ni siquiera se le veían los ojos.
Hoy en día existen ya escuelas de pensamiento en disciplinas como la filosofía, la antropología y la crítica literaria que prestan especial atención a todo este proceso de "hibridización" y transformación de la cultura. Dicho proceso se observa sobre todo en aquellas regiones en las que las fronteras entre Estados también lo han sido entre culturas (como la mexicano-estadounidense), así como en metrópolis gigantescas como São Paulo, Singapur o Nueva York, donde hay una mezcla de razas y culturas de lo más variopinta. De todos modos, decimos del mundo de hoy que es multiétnico y multicultural no porque haya aumentado el número de comunidades y culturas con respecto al pasado, sino porque hablan con una voz cada vez más audible, independiente y decidida, exigiendo aceptación y reconocimiento a su valía y un lugar en torno a la mesa de las naciones.
Sin embargo, el auténtico desafío de nuestro tiempo, el encuentro con el nuevo Otro, el Otro de nuevo cuño, hunde sus raíces en un contexto histórico más amplio. Veamos: La segunda mitad del siglo XX es ese momento histórico en que dos tercios de la población mundial se liberan del yugo colonial y se convierten en ciudadanos de Estados independientes, al menos desde el punto de vista formal. Poco a poco, esas personas empiezan a descubrir su propio pasado, sus mitos y leyendas, sus raíces y su identidad, y una vez descubierta y asumida esta última, se sienten orgullosas de ella. Esos hombres y mujeres empiezan a sentirse ellos mismos, sus propios amos y dueños de su destino, y les resulta odioso que se los trate como objetos, como extras, como víctimas pasivas de un antiguo dominio ajeno.
Hoy, nuestro planeta, habitado durante siglos por un puñado de hombres libres e ingentes masas de hombres esclavizados, se va llenando de naciones y comunidades cuyo sentimiento de su propio valor e importancia no cesa de crecer, como tampoco cesa de aumentar su número. Este proceso a menudo transcurre en medio de inmensas dificultades, de conflictos y tragedias que arrojan estremecedores saldos de víctimas.
A lo mejor nos dirigimos hacia un mundo tan nuevo y distinto que las experiencias acumuladas a lo largo de la historia nos resulten insuficientes para comprenderlo y movernos por él sin perder rumbo. En cualquier caso, el mundo en el que entramos se puede calificar de Planeta de la Gran Oportunidad, pero no una oportunidad sin condiciones. Se abrirá sólo a aquellos que ante sus nuevos deberes muestren una actitud seria y responsable, con lo cual también demostrarán que se toman en serio a sí mismos. Es un mundo que tiene mucho que ofrecer pero que, también, plantea muchas exigencias. Moverse por él buscando atajos puede acabar resultando un viaje a ninguna parte.
En este mundo de nuevo cuño, a cada momento nos toparemos con un nuevo Otro, que poco a poco irá emergiendo del caos y la confusión de nuestra contemporaneidad. Es posible que ese Otro nazca de la confluencia de las dos corrientes contrapuestas que influyen decisivamente en la formación de la cultura del mundo contemporáneo: la corriente globalizadora, que uniformiza nuestra realidad, y su contraria, la que preserva nuestros hechos diferenciales, nuestra originalidad e "irrepetibilidad". Es posible que ese Otro sea su fruto y heredero. Debemos intentar comprenderlo, y buscar diálogo con él. Mi experiencia de convivir con Otros, muy remotos, durante largos años me ha enseñado que la buena disposición hacia otro ser humano es esa única base que puede hacer vibrar en él la cuerda de la humanidad.
¿Quién será ese nuevo Otro? ¿Cómo transcurrirá nuestro encuentro? ¿Qué cosas nos diremos? ¿En qué lengua? ¿Sabremos escucharnos? ¿Sabremos entendernos? ¿Sabremos, entre los dos, seguir aquello que -en palabras de Joseph Conrad- "habla de nuestra capacidad de alegría y de admiración, dirígese al sentimiento del misterio que rodea nuestras vidas, a nuestro sentido de la piedad, de la belleza y del dolor, al sentimiento que nos vincula con toda la creación; y a la convicción sutil, pero invencible, de la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones: a esa solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor, que relaciona cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad, los muertos con los vivos, y los vivos con aquellos que aún han de nacer"?"