De todo el discurso de Kapuscinski me ha quedado grabado la imagen de la recua de chiquillos persiguiendo al forastero y señalándole como "el otro". Para nosotros los demás siempre son los otros, porque cuesta mucho ponerse en la piel del otro si tú no has pasado por lo mismo. Si acontece esa confabulación estelar, entonces, el otro/a ya eres tú, ya es tu hermano/a y comprendes sus boberías, sus desencuentros, sus fallos, aquello que le perturba. A mí me suele atraer mucho la gente de afuera, la que viene de visita, la que me tiene algo nuevo que contar o que aportar, creo que me saca del tedio, que me sorprende, que me hace estar atenta y no pensando en "otros" mundos más entretenidos. Me gusta ser acogedora con los que se han atrevido a desmarcarse de su nido confortable y buscaron otras tierras para enriquecernos con sus costumbres, su manera de hablar, algunos hasta su manera de conservar nuestra lengua antigua o el trato de reverencia hacia los mayores que parece que nosotros estamos perdiendo. En cierta ocasión leí que nosotros habíamos invadido los bosques, las maneras de reproducirse las plantas y que ellas ahora nos invadían a nosotros, pero en forma de adicción (tabaco, marihuana), ya que no les damos un lugar en la tierra, ellas se acomodan en nuestros cuerpos, como caballo de Troya, para seguir teniendo su espacio. Pues algo parecido ocurre con los países dominados por el poderoso, que ahora nos devuelven la visita en una cortesía plagada de pobreza.
Siempre me gustaron "Los otros", porque yo también fui "la otra": Durante cuatro meses del año 1977 viajé a Rusia para que me operaran de mi pierna afectada por la Polio. A mis veinte años yo esperaba un milagro de los avances soviéticos en la medicina especializada en traumatología. Las personas que me encontré en aquel hospital fueron tan cercanas, tan hospitalarias, tan generosas conmigo que el milagro real que se produjo fue en mi mente y en mi corazón. Yo mejoré, qué duda cabe, pero por dentro ya me quedé con la sangre eslava corriendo por mis venas, como si hubiera nacido allí. Así que ahora mismo no me importa de dónde vengan, sólo imagino que necesitan darme algo y que yo a cambio les trueque mis esperanzas, mi versión de los hechos, mi manera de interpretar el cosmos que se parece mucho a la suya, al que se atrevió un día a pedirle al barquero que le cruzara al otro lado, porque necesitaba ir a la "otra" orilla a buscar saciar su sed tal vez de justicia, de mar, de alma…
PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE
¿Quién construyó Tebas,
la de las Siete Puertas?
En los libros figuran
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas?
Quienes edificaron la dorada Lima,
¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quienes triunfaron?
Bizancio tantas veces cantada,
para sus habitantes
¿sólo tenía palacios?
Hasta la legendaria
Atlantida, la noche en que el mar se la tragó,
los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia
ganó la guerra de los Treinta Años.
¿Quién ganó también?
Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias,
tantas preguntas.
(Bertolt Brecht)